La capital del mundo

 

       Uno de septiembre.

Seguramente, muchos de vosotros habréis viajado a  lugares maravillosos y fresquitos. Yo, por razones que no vienen al caso, he visitado una ciudad, que no se caracteriza por sus suaves temperaturas estivales. Acompañada por un sol de justicia —sus abundantes árboles y jardines amortiguaban el sofocón—, he deambulado por la capital del Reino.

Pongamos que hablo de Madrid.

Que nadie espere de esta entrada una guía turística, un reportaje o un mini-libro de viajes. Ni siquiera una crónica en sentido estricto. Solo pretendo homenajear unos barrios, calles y lugares que rezuman historia, literatura, arte y leyenda. Si no fuera porque puede resultar pretencioso, lo definiría como un recorrido literario (e histórico).

Qué difícil parece decir algo nuevo de una ciudad que está a diario en las noticias de todo tipo de medios. Sin embargo, pocas veces por las razones que me mueven a escribir sobre ella. Esta vez he disfrutado de una ciudad diferente. En ello ha tenido mucho que ver mi hijo que me ha conducido por rincones increíbles. Y me ha revelado la historia de cada lugar de la Villa.

 

Quién no ha oído hablar del Museo del Prado, del Palacio Real o de la Puerta de Alcalá. Utilizar el metro y en la estación de Ópera encontrarnos, bajo tierra, con un museo arqueológico que recrea el abastecimiento del agua en el Madrid de antaño. «Los viajes del agua». Videos y paneles nos hablan de los Caños del Peral, del acueducto de Amamiel y la alcantarilla de Arenal. Primera maravilla antes de salir al exterior y quedarnos prendados por uno de los barrios más hermosos de la ciudad, y que debe su nombre al Teatro Real (o de la Ópera) que se sitúa en su plaza¹, que al sabor francés le añade su huella castiza. Y qué me dicen de La Latina, llamado así en honor de Beatriz Galindo, la latina, humanista y profesora de latín de Isabel la Católica. Pasear por sus calles estrechas y grandes plazas (de la Cebada, de la Paja…) es casi revivir el Madrid de los Austrias. Tomar dirección a la Plaza de la Villa, alcanzar la calle del Codo (debe su nombre a su forma), llena de leyendas y anécdotas. Aquí se inspiró Pérez-Reverte para su «Capitán Alatriste», pero la más famosa pertenece a Quevedo. Se cuenta que don Francisco, cuando venía de retirada de las tabernas, solía miccionar siempre en el mismo portal de la calle. Quizás a un vecino molesto se le ocurrió poner una cruz con un cartel  en el que se leía: «No se mea donde hay una cruz». Al verlo Quevedo lo quitó y colocó otro contestando con suma agudeza: «Donde se mea no se pone una cruz».

 

Pasamos la plaza de la Villa, después de admirar la Torre de los Lujanes, el palacio de Cisneros y la Casa de la Villa, y continuamos perdidos por calles de capa y espada hasta llegar al barrio de las Letras²,  llamado así por los numerosos escritores que han nacido o vivido allí: Góngora, Quevedo, Lope de Vega, Cervantes, Calderón de la Barca, Zorrilla, Bécquer, Moratín, Iriarte, Pérez-Galdós, Valle-inclán y López de Ayala, principalmente. Guarda el sabor intacto de nuestro Siglo de Oro. A pesar de que la mayoría de sus casas fueron derribadas, y ahora abundan las construcciones del siglo XIX y principios del XX. Ni siquiera se pudo salvar la casa original donde vivió y murió Cervantes. Mesonero Romanos, cronista de la capital, intentó impedir su demolición, incluso escribió un artículo sobre don Miguel y lo que significaba el derribo para la cultura española; llegó a oídos de Fernando VII, se interesó por el asunto e intentó paralizarlo y que el Estado pudiera comprar el inmueble, pero el propietario, don Luis Franco, fue implacable y nada sensible con lo que representaba la casa y la tiró finalmente. Aún así, hay varias placas conmemorativas en el edificio que ocupa el lugar donde se encontraba la original. Por el  contrario, sí se ha mantenido el edificio en el que vivió Lope de Vega con Marta de Nevares, entre 1610 y 1635, ahora convertido en Casa-Museo del escritor; el convento de San Ildefonso de las Trinitarias Descalzas, donde está enterrado Cervantes y la iglesia de San Sebastián, en la que Pérez-Galdós sitúa parte de su novela «Misericordia». Enfrente de esta se hallaba la fonda de San Sebastián, hoy desaparecida, lugar de reunión y tertulia de Moratín, Iriarte, López de Ayala y tantos otros.

Valle-Inclán ambientó Luces de Bohemia en este barrio.

El Barrio es peatonal por lo que podemos disfrutar de sus librerías, antigüedades, hoteles, restaurantes, tabernas. Pero lo mejor de todo es pasear por la calle Las Huertas y, en lugar de piedras, tropezarnos con las palabras de nuestros grandes escritores. Pisar poesía es tocar el cielo con los pies:

Dar con Quevedo

Y con CervantesY con Góngora

Y con Zorrila

Y con Bécquer 

Y con Pérez-Galdós

Y…

 

En la calle Atocha, en el número 87, se encontraba la imprenta de Juan de la Cuesta, de donde salió la edición príncipe de la primera parte de Don Quijote de la Mancha (1605). Del XVIII son el Palacio del conde de Tepa (convertido en hotel), la Real Academia de la Historia y la Cámara de comercio de Madrid. Otros edificios importantes son el Ateneo, Teatro Español y el Edificio Simeón.

Otro día  decidimos ir en busca del Madrid de Hemingway. El escritor  norteamericano era un enamorado de España, de la fiesta taurina, de la que decía que «era un arte como cualquier otro» y del que era experto. Gracias al Premio Nobel los sanfermines se conocen en todo el mundo. Y, por supuesto, un enamorado de Madrid. Comenzó a venir a España en los años veinte, regresó en la Guerra Civil, 1937-38, como corresponsal de guerra de la North American Newspaper Alliance. Y volvió en numerosas ocasiones en los 50 hasta su muerte. En Por quién doblan las campanas se traslucen sus simpatías republicanas. No obstante, sus preferencias políticas no son obstáculo para que muestre las atrocidades cometidas por los dos bandos. En la novela refleja su profundo conocimiento de la cultura española: Lope de Vega, Quevedo, Velázquez… Admiraba cómo los republicanos se habían preocupado de proteger de los bombardeos las grandes obras del Prado y muchas de ellas se trasladaron a Valencia. En la novela se hace referencia a unos jardines que son  los de El Retiro y el Jardín Botánico. La única obra teatral que escribió don Ernesto —así era llamado en España—: La quinta columna va sobre el asedio de Madrid y rinde homenaje a los actividades teatrales de la Alianza de Alberti y de las «Guerrillas del teatro». Los diplomáticos franquistas le pusieron la etiqueta de «propagandista rojo». Sobra decir que su obra estuvo prohibida en España y hasta finales de los años cuarenta no comenzaron a publicarse algunas de sus obras.

Sin dejar de hablar de literatura ni del Premio Nobel norteamericano, fuimos a parar a la Gran Vía. Afortunadamente, El Centro de Madrid, sin prisas y con buenas piernas, se puede recorrer a pie. Buscamos el bar Chicote, que solía frecuentar y donde se ponía ciego de alcohol y juergas. Este lugar aparece en el relato La denuncia; y el hotel Gran Vía, ahora Tryp Gran Vía. Llegamos a la Plaza de Callao, en la que se encontraba el mítico  hotel Florida, demolido en los años sesenta, y en el que se alojaba el premio Nobel en su etapa de reportero de guerra. Seguimos por la calle Preciados y alcanzamos la Puerta del Sol, en la que además de estar la estatua de «El oso y el madroño», se encuentra el «kilómetro cero» del que parten todas las carreteras de España. Muy cerquita de aquí está la Plaza Mayor, porticada y de estilo herreriano, en su centro la estatua ecuestre de Felipe III la preside. Sus aledaños rebosan de comercios tradicionales.  El Arco de Cuchilleros es de sus nueve entradas la más famosa. Nos adentramos por él para ir a Casa Botín, el restaurante más antiguo del mundo según el Libro Guinness. Este lugar era uno de los favoritos de Hemingway; adoraba su cochinillo asado y su novela Fiesta acaba con una escena en su comedor.

Decidimos dejar para otro día la visita a la Plaza de las Ventas, catedral de la tauromaquia para el escritor norteamericano. Admiraba a Belmonte y entabló amistad con Antonio Ordoñez y Luis Miguel Dominguín. El mundo taurino está muy presente en muchas de sus obras. A pesar del cansancio, queríamos rematar la jornada visitando la antigua pensión Aguilar, ahora hostal, en la carrera de San Jerónimo, 32, donde se desarrolla uno de sus mejores cuentos, aunque no el más conocido: La capital del mundo. Una historia, tan deliciosa como trágica, contada en una prosa sencilla y esencial que me  recuerda a Baroja³, y por donde circulan todo tipo de personajes pintorescos e inmensos cuyo denominador común es que deben venir a Madrid a realizar diferentes asuntos. Además de la mención a Belmonte, aparecen varios representantes del mundo del toreo: tres matadores de segunda, dos picadores y un banderillero. Y uno de los camareros de la pensión, Paco, que soñaba con llegar a serlo. Toreaba con una perfección de manual, solo le faltaba el toro y lo que ello significa y conlleva: valor. «Si no fuera por el miedo, cualquier limpiabotas de España sería torero», le contesta Enrique, el friegaplatos de la pensión, cuando le ve derrochar arte con verónicas y revoleras ante un toro imaginario y  que, sin saberlo, propiciará el desenlace fatal. Como si estuviera dirigido por un fatum implacable, todo lo que rodea a los muchachos va propiciando la tragedia final. Y nos muestra, de forma muy cinematográfica, que la vida continúa, ajena a la muerte del pobre Paco, que «murió, como dice la frase española, lleno de ilusiones».

«Cuando se conoce Madrid es la ciudad más española de todas, la más agradable para vivir, la de gente más simpática», creo que no hay mejor cita de Hemingway para cerrar este pequeño recorrido literario por la capital y para animaros a visitarla y a admirarla con otros ojos.

 

 

 

 

 

  1. La plaza, realmente, se llama plaza de Isabel II.
  2. Antes Barrio de las Musas por la cantidad de escritores, actores y actrices que, en el siglo XVII, vivieron en él.
  3. Hemingway admiraba profundamente a don Pío y lo visitó poco antes de morir: «He venido a decirle que el Premio Nobel se lo merece más usted que yo, (…)». El autor de El árbol de la ciencia fue enterrado en Madrid el 31 de octubre de 1956 y don Ernesto fue uno de los que portaron a hombros el féretro de Baroja.
  4. Otros lugares que forman parte de la ruta de Hemingway son: 1. Restaurante El Callejón (calle de la Ternera, 16), escribió un artículo para la revista Life en la que le atribuye la mejor comida de la ciudad. 2. Hotel Gaylord (Alfonso XI, 3). Hoy en día es una vivienda. Robert Jordan en Por quién doblan las campanas dice que es «demasiado bueno para una ciudad sitiada».  3. Cuartel General de las Brigadas Internacionales, también convertido en un edificio civil; Robert Jordan era un brigadista que lo visitaba con frecuencia. 4. Cervecería alemana (Plaza Santa Ana). Era uno de sus bares favoritos. 5. Hotel Palace (Plaza de las Cortes). En su novela Fiesta, Jake y Brett están de acuerdo en que es inmejorable «la maravillosa gentileza con la que te atienden en el bar de un gran hotel».

4 respuestas a “La capital del mundo”

  1. Avatar de Antonio Marchal-Sabater
    Antonio Marchal-Sabater

    Maravilloso relato sobre una ciudad maravillosa, Madrid, y maravillosa la escritora.

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  2. Me ha encantado y también me ha gustado mucho el recorrido literario e histórico así como sus protagonistas, en particular Hemingway, que no he leído aún aunque creo que lo haré pronto, muy pronto.
    Gracias por compartir tu experiencia.

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  3. Gracias Carmen por el fantástico relato de tu experiencia por la capital. Muchos recuerdos de mis 13 años viviendo allí.

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  4. Admirable y fascinante recorrido por Madrid » capital del mundo»por ser la ciudad más española , la más agradable para vivir y la de gente más simpática…como nos recuerda Carmen a Hemingway…desde el Museo del abastecimiento de la mejor de las aguas gracias a los caños, el acueducto y la alcantarilla que nos legaron los romanos y que tan bien se conservan hasta el barrio de la Latina en honor a la profesora de latín Beatriz Galindo, la calle del Codo y sus leyendas, el barrio de las Musas o de las Letras que nos transporta al Siglo de Oro: Lope de Vega, Cervantes, Quevedo que nos recuerda » los muros fuertes de la patria mía ya hoy desmoronados más que por cansancio por falta de valentía»…y que como describe Carmen » donde la poesía es pisar el cielo con los pies»( me encanta)…el Museo del Prado que nos llena los ojos de la belleza inmensa de la historia y el arte, el bienestar del Retiro, las excelentes edificaciones de la Gran Vía, los cafés donde tantas generaciones de escritores se reunieron…sus teatros,restaurantes, bares y terrazas que nos brindan una sensación máxima de libertad. Gracias Carmen por hacernos revivir tan gratos momentos…

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