Le gustaba llamarme «gatita». A mí, seguirle el juego. Y me deslizaba por su cuerpo con la suavidad de un felino. Sorbía las cálidas gotas del deseo con el ansia de una fiera en celo. Él, agradecido, me repetía: «Mira que eres linda». Y yo, satisfecha, me extendía sobre las sábanas, abriéndome a la vida. Una noche, estando en este ritual atávico, comienzo a oír unos pasos con sus voces: se acercan, abren la puerta, alguien entra… Parece una mujer. Ya frente a nosotros, le sonríe con descaro, ignorándome. Sin pudor alguno, deja caer la leve túnica que la cubre y se tiende en nuestra cama, se abalanza sobre mí como una pesadilla. Me ahoga su olor a hembra encendida. Escucho de nuevo «mira que eres linda». Percibo en sus palabras la prueba de que no estoy soñando y, a tientas, voy en busca de sus brazos, de sus caricias, de su piel. De su boca. Pero un manotazo brusco y firme me aparta de su lado y me arroja al suelo. «Creías que una simple gatita podía interponerse en nuestro amor», le susurra al mismo tiempo que entrelazan sus cuerpos. Y yo, decepcionada, me voy con el bigote caído y la cola entre las patas.
Publicado en las siguientes revistas:
http://canal-literatura.com/blog/blog-literatura/mira-que-eres-linda/
http://www.falsaria.com/2015/07/mira-que-eres-linda/#comment-239026
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