Cada estación tiene lo suyo, diría mi abuela. Pero la primavera, qué no tiene. El tiempo, a pesar de su anuncio arrogante y espléndido, es caprichoso. Hay días que parecen robados al invierno; otros, tan calurosos que semejan venidos del corazón del desierto. Sin embargo, es primavera. Y nos invita a salir, a disfrutar, a contemplar su prodigio en la naturaleza que nos rodea. Solo que no todos pueden saborearla. Muchos, como el protagonista del Romance del prisionero, podrían cantar: «sino yo, triste, cuitado, / que vivo en esta prisión; / que ni sé cuándo es de día / ni cuándo las noches son».
Es una época de mucha agitación, esfuerzo y trabajo en la enseñanza: para profesores y alumnos. Los estudiantes, sean niños o adolescentes o ya jóvenes, apuran sus horas preparándose contra reloj para sacar el curso que finaliza. Algunos piensan, incluso, que unas noches sin dormir pueden resolver un año sumido en un letargo, en il dolce far niente. Vamos, tumbados a la bartola. Pocos son los elegidos que consiguen aprobar a última hora con un atracón de números y letras. Pero, por uno de esos misterios insondables del ser humano, es un comportamiento que se repite todos los años. Pensándolo bien (positiva que es una), peor sería que no lo intentaran. No hay nada más preocupante y desalentador que la pusilanimidad.
Es tiempo de estrés. Como lo fue para nosotros. Y si acaban ciclo mucho más. Supone obtener un título, además de elegir camino o modalidad. No hace falta que hable de la renuncia que lleva implícita toda elección. De elecciones y renuncias sabemos mucho los adultos. Y nuestros muchachos empiezan a enterarse de qué va esto. Sienten la presión los que están en 4.º de la ESO y quieren pasar a Bachillerato; también, los que están en 2.º de Bachillerato y necesitan presentarse a Selectividad. Estos últimos soportan una sobrecarga añadida de desasosiego y de desazón: la duda no es solo si serán aptos, sino otra tan importante o más: «¿Conseguiré estudiar lo que me gusta? ¿Me dará la nota para entrar en la carrera que quiero y con la que sueño desde niño?» Y lo que debería ser una cuestión de aprobar o no, de pasar o no, se convierte en algo más serio, más hondo: su capacidad de conseguir las metas propuestas. A partir de este momento, nada será igual: es un antes y un después.
La vida está en continuo movimiento; no obstante, hay etapas de ella donde esto es más acusado. La transición se palpa. Segundo de Bachillerato es un tránsito, y, como todo cambio, implica una crisis. Los alumnos lo viven con ansiedad, casi con desquiciamiento, porque, evidentemente, se mueven en el límite de sus posibilidades, de sus deseos, de sus sueños. Y saben que un movimiento en falso los arrojará al abismo en el que acaban los anhelos.
No es nuevo oír que la juventud no es lo que era, que cada vez están peor, que no saben lo que quieren… Nuestros abuelos lo decían de nuestros padres; nuestros padres, de nosotros; nosotros, de nuestros hijos. Es evidente que en esto no debemos quedarnos con «cualquier tiempo pasado fue mejor». En absoluto son peores de lo que lo éramos nosotros. Son diferentes. Otra generación.
Ser joven es bello, pero no es fácil, y quizás, en este momento, sea más difícil de lo que lo fue para nosotros. Yo crecí —como la mayoría de ustedes— en un periodo en el que España se abría, rebosaba proyectos e ilusiones. Avanzaba. Nuestros hijos, en cambio, están criándose en un país que, a pesar de parecer que sale de la crisis económica, no ha recuperado la alegría ni la fe en sí mismo. Y, con todo, muchos jóvenes siguen luchando e ilusionándose por la vida. Aunque tengan que irse fuera con su cartera repleta de ideas y sin saber cuándo podrán volver.
Como padres y como docentes debemos apoyarlos. Acompañarlos en su lucha, que es más dura de lo que fue la nuestra, ya que, como dice mi hijo, son «una generación asolada por una crisis generalizada a todos los niveles». Y desearles que consigan su primavera. Y, entonces, podrán contar con orgullo «que por mayo era, por mayo, / cuando hace la calor» y, aunque su juventud les suplicaba salir a «servir al amor», decidieron recluirse en casa y en bibliotecas para preparar su futuro. A pesar de lo negro que se lo pintaban.
A todos ellos: Deles Dios buen galardón.
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